Con apenas 30 años, Fernando Antía Bernárdez ya experimentó la emoción de participar de un viaje transoceánico, atravesando el Atlántico para unir Londres y Punta del Este. Como un llamado a animarnos a hacer realidad nuestros sueños, “Nano” —como le dicen sus amigos y seguidores—, nos cuenta cómo llegó a la Clipper Round the World y cómo la náutica le cambió la vida.
Te definís como un aventurero, ¿siempre tuviste espíritu explorador?
Desde muy chico mi vida era ahorrar y hacer un viaje, empecé conociendo mi país gracias a la cantidad de surf trips que hacemos con mis amigos del “Sabelo Team” de Maldonado, para luego ir a todas las capitales de los distintos departamentos en mi Subarito j10. De adolescente trabajé en las escuelas de surf, para poder ir a surfear a Perú, y poco a poco me fue gustando mucho los viajes en modo surftrip. Cuando me recibí, me tomé medio año para viajar por Sudamérica: Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador y Perú. Mi compañero de viaje no surfeaba, así que nos concentramos en las montañas, la cultura Inca y las tribus amazónicas del Perú, entre otros. Y fue ahí, mientras cruzaba el Río Amazonas de Oeste a Este, que me di cuenta de que quería ser un aventurero-explorador. Recorrer la selva y su fauna, dormir a la intemperie, compartir aldea con los campesinos y ver como el río se convierte en mar llegando al Nordeste Brasilero fue el detonador.
¿Y qué otros destinos marcaron tu vida?
Volví del Amazonas y después de mucho trabajo como Contador y profesor de Surf logré seguir viajando, esta vez por Europa. Luego, a mis 27 años, visitando Indonesia por cuatro meses, cumplí mi sueño de meterme en esos tubos oceánicos enormes. Una vez más volví a Uruguay a trabajar, me puse la camisa, ahorré mucho, alquilé mi casa, vendí mi auto y salí rumbo a la Polinesia, precisamente a la Isla de Pascua, donde estuve a cargo de un establecimiento agropecuario “Aventuras Orohe Hoi’, trabajé de Guía Turístico a Caballo, di clases de surf y hasta clases de Excel a la Policía de la isla.
La vida era muy tranquila, los días pasaban rápido y todos aprendían una nueva lección –con los caballos o con el mar–, surfeaba olas inmensas, hacía free dive en lugares exóticos y conocía gente muy interesante. Entre ellos, unos navegantes franceses que anclaban su barco en laplaya de Anakena; ver a esos jóvenes aventureros bajar en su gomón para abastecerse me abrió la mente y pensé: “la libertad que se debe sentir al navegar”. Me imaginé navegando a las islas más remotas de la Polinesia, encontrando olas perfectas, y la sensación de estar en el medio de los océanos las 24 horas durante varios días me llamó mucho la atención.
¿Cómo llegaste a cumplir esa visión y a cruzar el Atlántico en barco?
Con decisión. Una semana después de conocer a los franceses, mi madre me avisa que una regata que daría la vuelta al mundo iba a pasar por Punta del Este, y que aún no había ningún tripulante uruguayo dispuesto a representar al país. A los pocos días estaba en Portsmouth, Inglaterra, entrenando para la travesía que cambió mi vida por completo.
¿Qué destacarías de tu experiencia en la Clipper?
Lo que más me impactó es la dimensión que tiene la náutica: es un estilo de vida. Además de ser un deporte que podés hacer toda la vida, descubrí que también es un oficio, y rápidamente me adapté muy bien a las rutinas y a los trabajos. Me enamoré de las distintas condiciones climáticas que hay que enfrentar y cómo se vuelve rutina interpretar pronósticos, mirar nubes, subir y bajar velas, timonear durante horas, descansar, comer y volver a cubierta a dar lo mejor una y otra vez, hasta llegar a destino.
Aprendí a navegar, a tomarme los días de a uno, a vivir el presente sin hacerme expectativas futuras. Entrené muchísimo la paciencia, conviviendo con personas diferentes y empecé a comprender un poco más al ser humano.
Estuviste más de un mes navegando, ¿cómo es vivir en el mar?
La vida a bordo no diferencia el día y la noche, son dos guardias de seis horas durante el día y tres guardias de cuatro horas por la noche. La rutina y la convivencia es muy divertida, pero depende muchísimo de que tipo de viento haya. Cuando viene de popa, generalmente el barco está flat, las tareas bajo cubierta se hacen más fácil, la gente no se marea, pero lleva mucho trabajo de timón y mucha coordinación y concentración con las líneas y los puestos de cada tripulante. Cuando el barco está de ceñida, escorado casi 35 grados para un lado, la vida a bordo se hace muy difícil. Hay que hacer equilibrio todo el tiempo –hasta ajustar tu cama para no caerte mientras duermes–, y hay que ir trimando las velas cada minuto. Muchas personas se sienten mal y hay que estar muy atento a las nubes a tu alrededor, a tus trabajos y a ayudar a los que te rodean, por lo que es bastante agotador.
¿Y cómo siguió tu vida después de participar en la Clipper?
Desde que me convertí en navegante profesional, trabajo como regatista o como patrón de barcos. Me tomo las temporadas de a una, no sé qué puerta se va a cerrar y tampoco sé cuántas se están por abrir. Creo que pensar mucho en el futuro provoca ansiedad y yo he aprendido a vivir en el presente sin preocuparme mucho del futuro. Igualmente, tengo muchos objetivos a corto plazo, otros a mediano y largo plazo, y por supuesto una ruta clara, la cual sigo sin desviarme.
Habiendo recorrido tanto, ¿que quedó de tu vida en Maldonado?
Mi vida cambió desde aquella decisión de irme a navegar. Me dedico full time a la Vela. No ejerzo más como Contador Público, vendí mi casa en el centro de Maldonado, ya no tengo más Escuela de Surf y extraño mucho a Punta del Este, mi familia más que nada, mis amigos, los asados, el surf y todos esos programas al aire libre que se pueden hacer en Maldonado.
¿Qué le dirías a alguien que tiene un sueño como el tuyo?
A veces el ser humano piensa mucho en lo que quiere hacer de grande, cuando se reciba o cuando se jubile y se olvida que es el camino lo que importa. Por eso le diría que ejerza la “imaginAcción”. !
¿Vos también cumpliste tu sueño? Contanos cuál era y cómo lo lograste comentando con #imaginacción.